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18.1.24

JARDINES


Primer verso del poema Los Justos de Jorge Luis Borges:
Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire. 

JARDÍN - OCTAVIO PAZ

A Juan Gil Albert
NUBES a la deriva, continentes
sonámbulos, países sin substancia
ni peso, geografías dibujadas
por el sol y borradas por el viento.
Cuatro muros de adobe. Buganvillas:
en sus llamas pacíficas mis ojos
se bañan. Pasa el viento entre alabanzas
de follajes y yerbas de rodillas.
El heliotropo con morados pasos
cruza envuelto en su aroma. Hay un profeta:
el fresno -y un meditabundo: el pino.
El jardín es pequeño, el cielo inmenso.
Verdor sobreviviente en mis escombros:
en mis ojos te miras y te tocas,
te conoces en mí y en mí te piensas,
en mí duras y en mí te desvaneces.

ESTE JARDÍN - LOS CAFRES
Sentada estas acá conmigo 

compartiendo este jardín.. 

el solcito te ilumina 

y las flores son tu amor.. 

dulce fuerza que agoniza 

la energía alrededor.. 
luchadora en esta vida.. 
alegría y dolor.. 



te veo llegar 

siento que estas acá conmigo 

compartiendo este jardín 

hoy, voy a abrazarme a este sueño 

no voy a soltarte 
no voy a soltarte.. 



No es que no se cubra por momentos 

Con la tormenta nuestro sol.. 

Pero siempre el viento favorece 

Cómplice 



Sentirás este frió.. 

Sentirás esta soledad.. 

Acá todo lo que amo 

Parece no va alcanzar.. 



te veo llegar 

siento que estas acá conmigo 

compartiendo este jardín 

hoy, voy a abrazarme a este sueño 

no voy a soltarte no! 
no voy a soltarte.. 
hoy siento que estas acá conmigo 
compartiendo este jardín 
hoy, voy a abrazarme a este sueño 
no voy a soltarte 
no voy a soltarte 



Te veo llegar 

siento que estas acá conmigo 

compartiendo este jardín 

hoy, voy a abrazarme a este sueño 

no voy a soltarte no!
JARDIN PARA OCTAVIO PAZ – JULIO CORTAZAR


Ésta vibración verde es una planta envuelta en aire

este verde es el aire que perfuma

este perfume es el lenguaje de la planta



Yo no soy nada

si no soy la planta

el aire

la fragancia

y nada es nada
si no se ve que nada es nada
aquí
ahora



Un niño juega sobre el césped

elige un árbol

otro

otro

va de un árbol al centro del jardín
corre a otro árbol
a otro
vuelve al centro



Un pájaro canta

y desde fuera

árboles niño y pájaro

no son eso



Desde fuera es

desde dentro

para el que mira como quien

ama

como quien
pasa a través de ningún
obstáculo
La prueba mas dura
ese salto que consiste en
quedarse inmóvil al borde de 
la plenitud sin bordes
que
(la plenitud)
no existe como imagen ni soporte



Y entonces

el niño llega al árbol

y se comprende que no había pájaro cantando

que el canto era ese nombre

que recibe ese acto
para el que esta mirando como quien
ama
como quien
vive
como quien
sabe que los árboles
la verde vibración
que es la planta
envuelta en aire
lo salvan de ser eso
que todo el resto insiste en darle
a partir de zapatos
mujeres
espectáculos
días
El que mira es ahora lo mirado
pero el niño
elige nuevamente un árbol
corre y regresa
y otra vez corre y vuelve



Lo mirado se queda más allá

y el que miraba vuelve a ser

ése que mira



JARDÍN - LIQUITS

Despierto en mi jardín
Las flores se burlaban de mi desnudo
Vuela la libélula
Junto una luciérnaga brillar, la noche

Se pintan melodías
Que salen de la flauta de un dragón, en melotron
Gotas de rocío
Reflejan mi mirada de forma deforme

Paste de pitufresa
Mezclado con peyote natural y mora
Un baile de amapolas
Me invitan a su juego a bailar en bolas

Caballos mecedora
Escoltan la cabeza del rey feliz
De pronto una cigüeña
Me lleva de paquete bebe al nido

Al lado un mexicano
Pintaba los manzanos dorados neón
Gusanos disfrazados
De gusanos en estado resistol

Quiero correr desnudo en un jardín
Quiero correr desnudo en la ciudad
Quiero correr desnudo en Paris
Quiero correr desnudo y ser feliz
Quiero correr desnudo en Timbuctu
Quiero correr desnudo en Xicalco

JARDÍN - JORGE LUIS BORGES

Zanjones,

sierras ásperas,

médanos,

sitiados por jadeantes singladuras

y por las leguas de temporal y de arena

que desde el fondo del desierto se agolpan.
En un declive está el jardín.
Cada arbolito es una selva de hojas.
Lo asedian vanamente
los estériles cerros silenciosos
que apresuran la noche con su sombra
y el triste mar de inútiles verdores.
Todo el jardín es una luz apacible
que ilumina la tarde.
El jardincito es como un día de fiesta
en la pobreza de la tierra.



Yacimientos del Chubut, 1922


EN EL JARDÍN - GLORIA ESTEFAN Y ALEJANDRO FERNÁNDEZ
EN DIRECTO

En el jardín de mis amores
Donde sembré tantas noches de locura
Tantas caricias colmadas de ternura
Que marchitaron dejando sin sabores



En el jardín de mis amores
He cultivado romances y pasiones
Que con el tiempo se han vuelto desengaños
Que van tiñendo de gris mis ilusiones

Hasta que llegaste tú,
Trayendo nuevas pasiones a mi vida
Con la mirada que alivia mis heridas
Con ese beso de amor que no se olvida



Hasta que llegaste tú,

Con la inocencia que aún desconocía

Para enseñarme que existe todavía

Una razón para ver la luz del día

Hoy me he vuelto a enamorar
Y nuevamente ha germinado la pasión
En el jardín donde reinó la soledad
Nació la flor que hace feliz mi corazón

Hoy me he vuelto a enamorar
Atrás quedaron esos años de agonía
Y justo en medio de mi triste soledad
Llegaste tú para alegrar el alma mía

Hasta que llegaste tú,
Con la inocencia que aún desconocía
Con la mirada que alivia mis heridas
Con ese beso de amor que no se olvida

Hasta que llegaste tú,
Trayendo nuevas pasiones a mi vida
Para enseñarme que existe todavía
Una razón para ver la luz del día

Hoy me he vuelto a enamorar
Y nuevamente ha germinado la pasión
En el jardín donde reinó la soledad
Nació la flor que hace feliz mi corazón

Hoy me he vuelto a enamorar
Atrás quedaron esos años de agonía
Y justo en medio de mi triste soledad
Llegaste tú para alegrar el alma mía



JARDÍN DE INVIERNO - PABLO NERUDA

Llega el invierno. Espléndido dictado 
me dan las lentas hojas 
vestidas de silencio y amarillo. 

Soy un libro de nieve, 
una espaciosa mano, una pradera, 
un círculo que espera, 
pertenezco a la tierra y a su invierno. 

Creció el rumor del mundo en el follaje, 
ardió después el trigo constelado 
por flores rojas como quemaduras, 
luego llegó el otoño a establecer 
la escritura del vino: 
todo pasó, fue cielo pasajero 
la copa del estío, 
y se apagó la nube navegante. 

Yo esperé en el balcón tan enlutado, 
como ayer con las yedras de mi infancia, 
que la tierra extendiera 
sus alas en mi amor deshabitado. 

Yo supe que la rosa caería 
y el hueso del durazno transitorio 
volvería a dormir y a germinar: 
y me embriagué con la copa del aire 
hasta que todo el mar se hizo nocturno 
y el arrebol se convirtió en ceniza. 

La tierra vive ahora 
tranquilizando su interrogatorio, 
extendida la piel de su silencio. 

Yo vuelvo a ser ahora 
el taciturno que llegó de lejos 
envuelto en lluvia fría y en campanas: 
debo a la muerte pura de la tierra 
la voluntad de mis germinaciones.


EN EL JARDÍN DEL DESDÉN - KEVIN JOHANSEN
Disfruto del aroma de tu recuerdo, 

camino en laberintos de pensamientos. 

Me subo a la enredadera de otros tiempos, 

que hoy es nuestro muro de tormentos. 



Añoro el paisaje de tu silueta, 

mujer, oscura y al desnudo. 

Le ruego a la Virgen Desatanudos 

que un día me devuelvas el saludo. 



Y aquí estoy, en el jardín de tu desdén, 

tu indiferencia me mata una y otra vez, 

y me conformo pensando, 

para ti he sido un daño irreparable, 

y prefieres tenerme de jardinero. 


Fuiste tan rápida al juzgarme 

y aún más expeditiva al condenarme. 

Creí ser el dueño de tu confianza 

y aquí sigo encerrado y sin fianza. 



Y aquí estoy, en el jardín de tu desdén, 

tu indiferencia me mata una y otra vez, 

y me conformo pensando, 

para ti he sido un daño irreparable, 

y prefieres tenerme de jardinero. 


Aquí en tu jardín de tu desdén, 

y así me tienes en el jardín de tu desdén, 

aquí, regando el jardín de tu desdén, 

todos los días sembrando y podando tu desdén, 

sí, aquí me tienes, en el jardín de tu desdén. 
Todos los días rogando y regando tu desdén, 
y aquí me tienes encerrado en tu desdén, 
sí, aquí yo sigo cuidando tu jardín. 
Sigo podando, regando y sembrando 
el jardín con tu desdén.


CUENTO DE DOS JARDINES - OCTAVIO PAZ

Una casa, un jardín,
                             no son lugares:
giran, van y vienen.
                             Sus apariciones
abren en el espacio
                            otro espacio,
otro tiempo en el tiempo.
                                     Sus eclipses
no son abdicaciones:
                              nos quemaría
la vivacidad de uno de esos instantes
si durase otro instante.
                                 Estamos condenados
a matar al tiempo:
                            así morimos,
poco a poco.
                  Un jardín no es un lugar.
Por un sendero de arena rojiza
entramos en una gota de agua,
bebemos en su centro verdes claridades,
por la espiral de las horas
                                      ascendemos
hasta la punta del día
                                 descendemos
hasta la consumación de su brasa.
Fluye el jardín en la noche,
                                        río de rumores.

Aquel de Mixcoac, abandonado,
cubierto de cicatrices,
                                era un cuerpo
a punto de desplomarse.
                                   Yo era niño
y el jardín se parecía a mi abuelo.
Trepaba por sus rodillas vegetales
sin saber que lo habían condenado.
El jardín lo sabía:
                        esperaba su destrucción
como el sentenciado el hacha.
La higuera era la diosa,
                                   la Madre.
zumbar de insectos coléricos,
los sordos tambores de la sangre,
el sol y su martillo,
el verde abrazo de innumerables brazos.
La incisión del tronco:
                                el mundo se entreabrió.
Yo creí que había visto a la muerte:
la otra cara del ser,
                             la vacía,
el fijo resplandor sin atributos.

Se agolpan, en la frente del Ajusco,
las blancas confederaciones. 
                                          Ennegrecen,
son ya una masa cárdena,
una protuberancia enorme que se desgarra:
el galope del aguacero cubre todo el llano.
Llueve sobre lavas:
                            danza el agua
sobre la piedra ensangrentada.
                                             Luz, luz:
substancia del tiempo y sus inventos.
Meses como espejos,
uno en el otro reflejado y anulado.
Días en que no pasa nada,
contemplación de un hormiguero,
sus trabajos subterráneos,
sus ritos feroces.
                       Inmerso en la luz cruel,
expiaba mi cuerpo-hormiguero,
                                              espiaba
la febril construcción de mi ruina.
Élitros:
          el afilado canto del insecto
corta las yerbas secas.
                                 Cactos minerales,
lagartijas de azogue en los muros de adobe,
el pájaro que perfora el espacio,
sed, tedio, tolvaneras,
impalpables epifanías del viento.
Los pinos me enseñaron a hablar solo.
En aquel jardín aprendí a despedirme.

Después no hubo jardines.
                                     Un día,
como si regresara,
                         no a mi casa,
al comienzo del Comienzo,
                                      llegué a una claridad.
Espacio hecho de aire
                               para los juegos pasionales
del agua y de la luz.
                             Diáfanas convergencias:
del gorjeo del verde
                             al azul más húmedo
al gris entre brasas
                          al más llagado rosa
al oro desenterrado.
                             Oí un rumor verdinegro
brotar del centro de la noche: el nim.
                                                        El cielo,
con todas sus joyas bárbaras,
                                          sobre sus hombros.
El calor era una mano inmensa que se cerraba,
se oía el jadeo de las raíces,
la dilatación del espacio,
el desmoronamiento del año.
                                           El árbol no cedía.
Grande como el monumento a la paciencia,
justo como la balanza que pesa
                                              la gota de rocío,
                                              el grano de luz,
                                              el instante.
Entre sus brazos cabían muchas lunas.
Casa de las ardillas,
                            mesón de los mirlos.

La fuerza es fidelidad,
                               el poder acatamiento:
nadie acaba en sí mismo,
                                    un todo es cada uno
en otro todo,
                  en otro uno.
El otro está en el uno,
                                el uno es otro:
somos constelaciones.
                                El nim, enorme,
sabía ser pequeño.
                           A sus pies
supe que estaba vivo,
                               supe
que morir es ensancharse,
                                    negarse es crecer.
Aprendí,
           en la fraternidad de los árboles,
a reconciliarme,
                       no conmigo:
con lo que levanta, me sostiene, me deja caer.

Me crucé con una muchacha.
                                          Sus ojos:
el pacto del sol de verano con el sol de otoño.
Partidaria de acróbatas, astrónomos, camelleros.
Yo de fareros, lógicos, sadúes.
                                            Nuestros cuerpos
se hablaron, se juntaron y se fueron.
Nosotros nos fuimos con ellos.
                                           Era el monzón.
Cielos de yerba machacada
                                        y el viento en armas
por las encrucijadas.
                             Por la niña del cuento,
marinera de un estanque en borrasca,
la llamé Almendrita.
                             No un nombre:
un velero intrépido.
                             Llovía,
la tierra se vestía y así se desnudaba,
las serpientes salían de sus hoyos,
la luna era de agua,
                            el sol era de agua,
el cielo se destrenzaba,
sus trenzas eran ríos desatados,
los ríos tragaban pueblos,
muerte y vida se confundían,
amasijo de lodo y de sol,
estación de lujuria y pestilencia,
estación del rayo sobre el árbol de sándalo,
tronchados astros genitales 
                                        pudriéndose
resucitando en tu vagina,
                                     madre India,
India niña,
empapada de savia, semen, jugos, venenos.

A la casa le brotaron escamas.
                                            Almendrita:
llama intacta entre el culebreo y el ventarrón,
en la noche de hojas de banano
                                              ascua verde,
hamadríada,
                   yakshi:
                            risas en el matorral,
manojo de albores en la espesura,
                                                  más música
que cuerpo,
                más fuga de pájaro que música,
más mujer que pájaro:
                                 sol tu vientre,
sol en el agua,
                    agua de sol en la jarra,
grano de girasol que yo planté en mi pecho,
ágata,
        mazorca de llamas en el jardín de huesos.

Chiang-Tseu le pidió al cielo sus luminarias,
sus címbalos al viento,
                                para sus funerales.
Nosotros le pedimos al nim que nos casara.
Un jardín no es un lugar:
                                   es un tránsito,
una pasión.
                No sabemos hacia dónde vamos,
transcurrir es suficiente,
                                    transcurrir es quedarse:
una vertiginosa inmovilidad.
                                          Las estaciones,
oleaje de los meses.
                             Cada invierno
una terraza sobre el año.
                                     Luz bien templada,
resonancias, transparencias,
                                         esculturas de aire
disipadas apenas pronunciadas:
                                              ¡sílabas,
islas afortunadas!
                          Engastado en la yerba
el gato Demóstenes es un carbón luminoso,
la gata Semíramis persigue quimeras,
                                                     acecha
reflejos, sombras, ecos.
                                   Arriba,
sarcasmos de cuervos;
                                 el urogallo y su hembra,
príncipes desterrados;
                               la upupa,
pico y penacho, un alfiler engalanado;
la verde artillería de los pericos;
los murciélagos color de anochecer.
En el cielo
               liso, fijo, vacío,
el milano
             dibuja y borra círculos.

Ahora,
          quieto
                    sobre la arista de una ola:
un albatros,
                 peñasco de espuma.
Instantáneo,
                  se dispersa en alas.
No estamos lejos de Durban
                                          (allí estudió Pessoa).
Cruzamos un petrolero.
                                  Iba a Mombasa,
ese puerto con nombre de fruta.
                                               (En mi sangre:
Camoens, Vasco de Gama y los otros...)
El jardín se ha quedado atrás.
                                           ¿Atrás o adelante?
No hay más jardines que los que llevamos dentro.
¿qué nos espera en la otra orilla?
Pasión es tránsito:
                          la otra orilla está aquí,
luz en el aire sin orillas,
                                    prajnaparamita,
Nuestra Señora de la Otra Orilla,
                                               tú misma,
la muchacha del cuento,
                                  la alumna del jardín.
Olvidé a Nagarjuna y a Dharmakirti
                                                     en tus pechos,
en tu grito los encontré,
                                  Maithuna,
                                                dos en uno,
uno en todo,
                todo en nada,
                                   ¡sunyata,
plenitud vacía,
                     vacuidad redonda como tu grupa!

                          Los cormoranes:
                          sobre un charco de luz
                          pescan sus sombras.

La visión se disipa en torbellinos,
hélice de diecisiete sílabas
                                        dibujada en el mar
no por Basho:
                   por mis ojos, el sol y los pájaros,
hoy, hacia las cuatro,
                               a la altura de Mauritania.
Una ola estalla:
                      mariposas de sal.
Metamorfosis de lo idéntico.
                                          A esta misma hora
Delhi y sus piedras rojas,
                                    su río turbio,
sus domos blancos,
                           sus siglos en añicos,
se transfiguran:
                      arquitecturas sin peso,
cristalizaciones casi mentales.
                                              Desvanecimientos,
alto vértigo sobre un espejo.
                                         El jardín se abisma.
Ya es un nombre sin substancia.

Los signos se borran:
                             yo miro la claridad

EL JARDIN DE MI MADRE - HÉCTOR MARCÓ Y MANUEL ORTIZ ARAYA 
VERSIÓN LOS VISCONTI
VERSIÓN LOS QUILLA HUASI

VERSIÓN RAMONA GALARZA

En un rincón de mi alma donde las ansias duermen...
Allí, donde el cariño y la fe tienen fin.
Formé para mi madre con sueños y recuerdos,
con flores de otro mundo, un mágico jardín...

En él cantan su nombre los pájaros al vuelo
y en noches cuando el cielo se torna más azul,
mi madrecita con su voz ríe y me llama,
y en su jardín oigo mistrio de campanas...

Los lirios de sus manos se abrazan a mis besos,
me embriaga en su consejo la rosa del perdón...
y así el jardín de mi madre se riega en la paz
¡Con las aguas de mi corazón!...

En un rincón del alma, con luces de otra vida,
yo vivo con mi madre un mundo superior...
¡Sus ojos son estrellas, de luna sus mejillas!...
¡Jardín donde a su reino penetra sólo Dios!...

En él cantan su nombre los pájaros a vuelo
y en noches cuando el cielo se torna más azul,
mi madrecita con su voz ríe y me llama
y en su jardín oigo el misterio de campanas...

Los lirios de sus manso se abrazan a mis besos,
me embriaga en su consejo la rosa del perdón...
Y así el jardín de mi madre se riega con la paz
¡con las aguas de mi corazón!...


JARDÍN CON NIÑO - OCTAVIO PAZ

Jardín con niño



A tientas, me adentro. Pasillos, puertas que dan a un cuarto de hotel, a una intersección, a un páramo urbano. Y entre el bostezo y el abandono, tú, intacto, verdor sitiado por tanta muerte, jardín revisto esta noche. Sueños insensatos y lúcidos, geometría y delirio entre altas bardas de adobe. La glorieta de los pinos, ocho testigos de mi infancia, siempre de pie, sin cambiar nunca de postura, de traje, de silencio. El montón de pedruscos de aquel pabellón que no dejó terminar la guerra civil, lugar amado por la melancolía y las lagartijas. Los yerbales, con sus secretos, su molicie de verde caliente, sus bichos agazapados y terribles. La higuera y sus consejas. Los adversarios: los floripondio y sus lámparas blancas frente al granado, candelabro de joyas rojas ardiendo en pleno día. El membrillo y sus varas flexibles, con las que arrancaba ayes al aire matinal. La lujosa mancha de vino de la bugambilia sobre el muro inmaculado, blanquísimo. El sitio sagrado, el lugar infame, el rincón del monólogo: la orfandad de una tarde, los himnos de una mañana, los silencios, aquel día de gloria entrevista, compartida. 

Arriba, en la apresura de las ramas, entre los claros del cielo y las encrucijadas de los verdes, la tarde se bate con espadas transparentes. Piso la tierra recién llovida, los olores ásperos, las yerbas vivas. El silencio se yergue y me interroga. Pero yo avanzo y me planto en el centro de mi memoria. Aspiro largamente el aire cargado de porvenir. Vienen oleadas de futuro, rumor de conquistas, descubrimientos y esos vacíos súbitos con que prepara lo desconocido sus irrupciones. Silbo entre dientes y mi silbido, en la limpidez admirable de la hora, es un látigo alegre que despierta alas y echa a volar profecías. 

Y yo las veo partir hacia allá, al otro lado, a donde un hombre encorvado escribe trabajosamente, en camisa, entre pausas furiosas, estos cuantos adioses al borde del precipicio.


EL JARDÍN DE LOS SENDEROS QUE SE BIFURCAN AUDIO DEL CUENTO DE JORGE LUIS BORGES









ENTRADA AL JARDÍN PÚBLICO DE ARLÉS - VINCENT VAN GOGH
MEMORIA DEL JARDÍN EN ETTEN - VINCENT VAN GOGH
EL JARDÍN DEL ASILO - VINCENT VAN GOGH
EL JARDÍN DEL ASILO EN SAINT-RÉMY - VINCENT VAN GOGH
EL JARDÍN DEL POETA - VINCENT VAN GOGH
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